Entre los siglos VI y IX, en Constantinopla – Italia, se emite el «Solidus” de oro con peso de 4.5 gramos, que se constituyó en la moneda (medio de intercambio) más aceptada en todas las transacciones internacionales, permitiendo mediante ésta unidad de medida homogénea el registro contable. Razón por la cual, ciudades italianas alcanzaran un alto
conocimiento y desarrollo máximo de la contabilidad.
En 1.157, Ansaldus Boilardus notario genovés, repartió beneficios que arrojó una asociación comercial, distribución basada en el saldo de la cuenta de ingresos y gastos dividida en proporción a sus inversiones.
Se conservan desde 1.211 en Florencia – Italia, cuentas utilizadas por un comerciante florentino anónimo con características distintas para llevar libros, método peculiar que dio origen a la escuela «Florentina», donde el Debe y el Haber van arriba el uno del otro en diferentes parágrafos cada cual.
El célebre juego de libros utilizados por la Comuna de Génova (Massari di Génova) se encuentran llevados haciendo uso de los clásicos términos «Debe» y «Haber» utilizando asientos cruzados y aplicando una cuenta de pérdidas y ganancias, la que resume el saldo de las operaciones suscitadas en la comuna.
Del año 1327, se tiene noticias del primer Auditor “Maestri Racionali”, cuya misión consistía en vigilar y cotejar el trabajo de los “Sasseri» y conservar un duplicado de dichos libros, uno de estos se denominaba «Cartulari» (Libro mayor) escrito en pergamino data de 1.340 y se conserva en el Archivo del Estado de Génova.
Un nuevo avance contable se enmarca entre los años 1.366 al 1.400, donde los libros de Francisco Datini muestran la imagen de una contabilidad por partida doble que involucra, por primera vez, cuentas patrimoniales propiamente dichas, conservándose tales antecedentes en Francia.